“Le daré el departamento a Catalina y me iré a vivir contigo. Total, vives sola”, dijo María sin previo aviso.
“¿Quién es ese hombre?” — la voz autoritaria parecía dirigida a una adolescente de trece años, no a una mujer de treinta y dos.
“La televisión, mamá. ¿Qué esperabas?” — Julia quería terminar rápido con la conversación.
“Necesitamos hablar. De verdad”, insistió su madre antes de colgar de inmediato. Típico de ella: toma decisiones sin consultar.
“¡Tomás!” — exclamó Julia, lanzando el teléfono sobre el sofá.
“¿Qué pasa?” — Tomás salió de la cocina con dos tazas de café.
“Mi madre. Viene esta noche.”
“¿Quieres que me quede contigo?”
“No hace falta. Prefiero resolverlo sola…”
Ecos del pasado
Los recuerdos son como imágenes en un álbum: algunos se desvanecen, pero lo esencial permanece. Julia tenía once años cuando sus padres se separaron. Su hermana menor, Catalina, aún jugaba con muñecas, mientras que ella ya comprendía lo que pasaba entre los adultos.
“Ya no puedo más, Isabel”, dijo su padre. “Esto ya no es un matrimonio, solo una sombra.”
“¿Y las niñas?” — la voz de su madre tembló como un cristal.
Tras la separación, su padre hizo las maletas en silencio. El sillón que más le gustaba, la taza rota, incluso los libros, fueron desapareciendo poco a poco.
Julia se convirtió en el lazo entre dos mundos: el rígido de su madre y el tranquilo de su padre. Catalina, por su parte, veía a su padre como un traidor y a su madre como una heroína.
La adultez
Julia se mudó a Madrid para estudiar. Se dedicó mucho a sus estudios, pero más aún a su trabajo, con la esperanza de algún día tener su propio hogar. Catalina hizo algunos cursos, se convirtió en manicurista y se casó rápidamente.
La muerte de su padre dejó solo buenos recuerdos, pero también un vacío enorme.
Su madre, por otro lado, solo llamaba para quejarse o pedir dinero:
“Catalina está esperando un bebé, ayúdala. Tomás gana poco y no tiene contrato en el salón…”
Julia, agotada, suspiró:
“Ella eligió eso. Yo no puedo hacer nada por ella.”
Su propio hogar
Después de un tiempo, Julia compró el departamento que siempre soñó. Lo hizo sola, con esfuerzo y sacrificio.
“Bonito departamento”, dijo su madre mirando todo. “Catalina necesitaría algo así. Vive en una residencia con el niño… Y tú aquí sola, con tantas habitaciones. No es justo.”
“Porque Catalina esperaba que alguien le diera algo. Yo me lo gané.”
Entonces, tras años sin visitas, su madre apareció:
“He decidido que el departamento será para Catalina. Y yo viviré contigo”, dijo mientras inspeccionaba cada rincón.
“No”, respondió Julia con firmeza. “Este es mi hogar.”
“¿Cómo que no? ¡Ya lo decidí!”
“Entonces vete con Catalina. Esto no es un hotel.”
“¡Te has vuelto tan fría como tu padre!”
“Gracias. Él me quería. Y nunca me impuso nada.”
La puerta se cerró de golpe. Solo quedó el silencio… y una sensación de alivio.
Un mensaje llegó al teléfono:
“¿Cómo te fue?”
Julia sonrió:
“Ven, te enseño a hacer tiramisú.”