Ese sábado por la mañana temprano, Nikolai Ivanovich se despertó antes del amanecer con una ansiedad inesperada. No había un alma en la calle, el pueblo seguía dormido, y su nieta Dashenka también. Dasha tiene 23 años, es inteligente y hermosa. Es un verdadero tesoro en la vida de su abuelo. La alimentó, la crio, le enseñó a ser paramédica y ahora la va a casar. Y conoció a un buen hombre, Alexey, un abogado en ciernes de la ciudad.
Solo una cosa molestó al abuelo: había convencido a Dasha de irse del pueblo a vivir a la ciudad, lo que significaba que estaría solo. Pero quería tanto a su nieta que no quería mostrar ni un ápice de su depresión. “Abuelo, ven a vivir con nosotros, Lyosha no se opone, tendremos un apartamento, aunque por ahora hipotecado, pero propio”, insistió Dasha.
—No, Dashenka, vivamos felices juntos, y yo me quedaré aquí, en mi pueblo natal. Donde nací, allí moriré, esperando tu visita. Y además, Dasha, me comprometo a ayudarte a comprar un apartamento; tengo un millón, he ahorrado para ti toda mi vida.
—Abuelo, ¿qué dices, querida? Lesha y yo podemos arreglárnoslas solas —intentó convencer Dasha—. No, Dashenka, eres mi única persona querida, todo es tuyo y para ti. Vamos al banco el sábado, retiramos este dinero y yo cerraré la cuenta —sugirió Nikolai Ivanovich—.
—Abuelo, al fin y al cabo, es una cantidad grande, así que da miedo transportarla, ¿y si atacan los vándalos? Quizás haya otra manera; hay muchas formas modernas de transferir dinero —se preocupó Dasha. Siempre intentaba no hacer nada de lo que no estuviera segura.
Pero Nikolai Ivanovich es un hombre de viejas costumbres, al que le cuesta adaptarse a las innovaciones modernas. “No te preocupes, Dashenka, por tonterías, qué gamberros, qué eres, todo irá bien.” Dasha creyó a su abuelo y se tranquilizó.
Condujeron en un coche viejo hacia la ciudad. El pueblo estaba a solo media hora. Nikolai Ivanovich estaba de muy buen humor porque todo en el banco se había realizado rápidamente y sin trámites burocráticos.
Estaba orgulloso de contribuir a la compra del apartamento de su nieta. Dasha no tuvo tiempo de recuperarse, ya que estaba de vuelta en el coche, conduciendo de vuelta al pueblo con su abuelo. Estaba perdida en sus sueños y por un momento se imaginó con un vestido de novia blanco como la nieve y a Alexei con un traje nuevo.
Sus sueños se vieron interrumpidos por una sacudida brusca, el chirrido de los frenos y el coche deteniéndose. “Aquí está”, se horrorizó Dasha. Lo que su voz interior no le dijo por la mañana, pero sí le gritó…