La herencia de los olvidados
Galina sintió cómo el mundo se desmoronaba.
El armario estaba vacío.
Todo lo que había guardado con tanto sacrificio, billete por billete, desapareció. La nota arrugada que Kolya había dejado en su lugar fue como una puñalada:
“Lo siento, Galka. Necesitaba ayuda para pagar unas deudas. Volveré pronto. Te amo.”
Pero no volvió.
Ni al día siguiente, ni al mes siguiente.
Galina, rota, vendió el sofá para sobrevivir. Con el corazón hecho trizas, se fue del apartamento de su exmarido y aceptó un trabajo como cuidadora de ancianos en un remoto pueblo del norte.
Su nuevo hogar fue una pequeña casa de madera, donde vivía un hombre ya encorvado por los años, Semión Ignátievich. Gruñón al principio, poco a poco se fue encariñando con ella.
—Galina, eres la única persona que no me ha tratado como un mueble viejo.
Vivieron dos años tranquilos. Ella lo cuidaba, lo alimentaba, le leía en las tardes.
Él le contaba viejas historias de la guerra, de las minas, de los hijos que se habían ido y no regresaban ni para Año Nuevo.
Una mañana de invierno, Semión no se despertó.
Murió en su silla, con una sonrisa leve en los labios y el libro de Tolstói aún abierto en su regazo.
Galina lloró como si fuera su padre. Preparó el funeral con el poco dinero que tenía, sin esperar nada más que silencio. Pero unos días después, la llamó un abogado desde la ciudad.
—¿Es usted Galina Ivanovna?
—Sí, soy yo.
—Debe presentarse en nuestra oficina. El señor Semión Ignátievich dejó un testamento.
Galina se quedó sin palabras.
Cuando llegó al despacho, entre papeles y sellos, el abogado leyó:
“Yo, Semión Ignátievich Kabanov, declaro que la única persona que estuvo conmigo en mis últimos años fue Galina Ivanovna.
Por ello, le dejo mi casa, mi terreno y una cuenta bancaria con 6,700,000 rublos.
Y una carta que quiero que lea en soledad.”
Galina, con las piernas temblando, recibió el sobre.
En la carta, Semión había escrito:
“Me abandonaron muchos. Pero tú, hija de la vida dura, me diste calor sin pedir nada a cambio. No tengo familia. Pero si tú aceptas, te consideraré la mía.
Haz con esto lo que yo no supe: vive.”
En el primer comentario: Lo que Galina hizo con el dinero… y cómo convirtió la casa de un anciano olvidado en un refugio para mujeres rotas que querían volver a empezar.
Según la ley, debería haber recibido alojamiento del estado al alcanzar la mayoría de edad, pero en realidad le dieron una habitación vieja y destartalada con agujeros en las paredes y una ventana rota, y le decían mientras se marchaba: “¡Anda, no te agaches, instálate, cariño!”.