Era un día cálido de verano cuando mi papá me dijo que vendría alguien especial a visitarnos. Mi corazón se aceleró al escuchar las palabras “alguien especial”. Tenía solo seis años, pero lo que ya había aprendido era que las sorpresas no siempre eran buenas. Mamá había desaparecido cuando yo era muy pequeña, y desde entonces, papá y yo nos habíamos convertido en un equipo. Juntos habíamos aprendido a vivir sin ella, aunque siempre la extrañábamos. Nunca hablamos mucho de ella, pero siempre me decía que ella era un recuerdo que debía quedarse en el corazón. Sin embargo, algo en su voz esa tarde me hizo sentir incómoda.
Cuando entró en casa, vi a la mujer que él había estado viendo últimamente. Su nombre era Mariana, y su risa sonaba como el sonido de las campanas en la iglesia, pero algo en sus ojos me inquietaba. Era amable conmigo, me ofreció una sonrisa brillante y un abrazo que parecía forzado. No era como las sonrisas de papá, que siempre me daban seguridad. No, esta era diferente.
Al principio, traté de ser amable, pero algo en el ambiente me decía que no debía confiar en ella. Esa noche, mientras cenábamos, noté que Mariana no me miraba como lo hacía papá. Cuando ella me pedía que comiera, su tono era extraño, como si no le importara si lo hacía o no. Durante la cena, intenté concentrarme en mi plato, pero el peso de su mirada sobre mí me hacía sentir incómoda. No entendía por qué, pero sabía que no debía quedarme allí.
Fue después de la cena cuando algo realmente me asustó. Mientras papá lavaba los platos, Mariana se acercó a mí con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
“¿Te gustaría ir a jugar conmigo?” me preguntó, pero algo en su voz me hizo estremecer.
“No, gracias,” respondí rápidamente, pero ella insistió.
“Solo un ratito, cariño. Papá me ha dicho que debo ser muy buena contigo. ¿No quieres que papá se sienta feliz?”
Mis piernas comenzaron a temblar. No quería estar sola con ella. Sentía que algo malo iba a pasar. Recordé lo que mamá me había dicho en mis sueños cuando era más pequeña: “Siempre escucha a tu corazón, hija, porque nunca te engañará.”
Con el corazón acelerado, me levanté de la mesa y corrí hacia el salón donde papá estaba. Lo encontré de espaldas, mirando hacia la ventana. No sé por qué, pero me sentí más segura cerca de él. Me acerqué despacio, y con una voz temblorosa, le dije: “Papá, no me dejes sola con la nueva mamá, ella viene a hacer cosas malas…”
Papá se giró rápidamente, sus ojos llenos de sorpresa. Nunca antes había oído algo tan serio de mi boca. Durante unos segundos, me miró fijamente, como si intentara comprender lo que acababa de decir. Luego, sin una palabra, me levantó en sus brazos y me llevó al cuarto.
“Escúchame, mi amor,” dijo suavemente mientras me acunaba. “Sé que todo esto es confuso para ti, pero yo siempre te protegeré. Mariana no va a hacerte daño, ¿entiendes? Tú eres lo más importante para mí, y nada ni nadie te hará sentir incómoda.”
Aunque no estaba segura de lo que realmente sucedía, algo en sus palabras me tranquilizó un poco. Pasaron unos días y papá comenzó a prestar más atención a sus conversaciones con Mariana. Comencé a notar que él la miraba de manera diferente, como si estuviera cuestionando algo, como si escuchara lo que yo no podía comprender.
Una noche, después de que Mariana se fue, papá se sentó conmigo y me explicó algo que nunca olvidaré.
“Sabes, cariño, a veces las personas no son lo que parecen. Mariana y yo tratamos de hacer que las cosas funcionen, pero tú y yo siempre seremos el equipo más importante.”
Y entonces entendí, por fin. Aunque mi papá había intentado darle una oportunidad al amor nuevamente, lo que realmente importaba era que siempre estuviera a mi lado. Aunque Mariana parecía una “nueva mamá”, yo no necesitaba que nadie ocupara el lugar de mamá. Solo necesitaba a mi papá, quien me cuidaba, me protegía y me amaba más que nada en el mundo.
La verdad sobre Mariana salió a la luz poco tiempo después. No era una buena persona, y mi intuición no me había fallado. Papá me agradeció por ser valiente y contarle lo que sentía. Al final, Mariana desapareció de nuestras vidas, y mi papá y yo volvimos a ser el equipo que siempre habíamos sido.
La lección que aprendí ese día fue que, aunque el corazón de un niño pueda temer lo desconocido, nunca debe dejar de escuchar sus propios sentimientos. Mi papá siempre estuvo allí para protegerme, y ahora sé que nada es más importante que la seguridad de sentirnos amados y respetados.