La casa de Marta y Julia siempre había sido tranquila, su rutina transcurría sin sobresaltos. Sin embargo, algo comenzó a cambiar en los últimos días, algo que ninguna de las dos había podido comprender completamente. Al principio, todo parecía normal: el jardín, la cocina, la sala de estar. Pero esa mañana, Julia encontró algo extraño, algo que no pertenecía a su hogar.
Julia entró en la cocina como siempre, buscando el café matutino, pero algo la detuvo en el umbral. El corazón le dio un vuelco cuando vio el vaso, el vaso que no reconocía, con un líquido rosado, brillante bajo la luz del sol que entraba por la ventana. El vaso estaba en la mesa, justo donde siempre desayunaban juntas. Pero no era su vaso, ni el vaso de su madre.
— ¡Mamá, no bebas de ese vaso! — gritó Julia, con el rostro pálido, el corazón desbocado. La voz le temblaba, como si un presagio oscuro la hubiera invadido.
Marta, que ya tenía el vaso entre los labios, detuvo el movimiento abruptamente, como si el grito de su hija hubiera congelado el tiempo. Bajó lentamente el vaso de cristal turbio, y frunció el ceño, perpleja por la reacción de Julia.
— ¿Qué te pasa, Julia? — preguntó su madre, extrañada, sin entender del todo la tensión en el aire.
— Ese vaso… no es nuestro. No lo toques, por favor — dijo Julia, temblando, con los ojos clavados en la mesa, evitando mirar el objeto extraño que parecía sacado de un mal sueño.
Marta miró a su alrededor, confundida, y al fin miró el vaso, inspeccionándolo detenidamente. Era el mismo lugar donde siempre había desayunado, su cocina, su mesa, y sin embargo, algo no encajaba. Ni el color del líquido, ni el olor extraño que ahora percibía. ¿Era eso un mensaje o simplemente una broma macabra?
— Lo encontré aquí esta mañana cuando me desperté — explicó Julia, bajando la voz, como si temiera que alguien las estuviera observando. — La puerta de atrás estaba abierta y todo estaba igual… excepto por ese vaso. Como si alguien lo hubiera dejado a propósito, como si alguien hubiera querido que lo viéramos.
Marta tragó saliva. La ansiedad se apoderó de su estómago, y un escalofrío recorrió su espalda. Recordaba la pesadilla de la noche anterior, cuando una figura oscura había aparecido en la cocina en sus sueños. Un murmullo. Una sombra. Pero al despertar, había decidido descartarlo como una simple pesadilla.
— Llamemos a la policía — dijo Marta finalmente, con el vaso aún en la mano, pero ahora apartado de ella, temerosa de que algo más estuviera involucrado.
— No — susurró Julia, casi imperceptible, mientras tomaba el vaso con un paño de cocina, como si el objeto pudiera esconder algo aún más siniestro. — Primero, quiero que veas esto.
Con manos temblorosas, Julia sacó su celular, y tras unos segundos de silencio, comenzó a reproducir un video grabado por la cámara de seguridad que ella misma había instalado semanas atrás. Era una precaución sencilla, algo que había hecho después de la desaparición misteriosa de su gato. Un hecho tan extraño como la sombra en la cocina la noche anterior.
El video mostraba el área de la cocina con claridad. A las 03:17 a.m., una figura vestida de negro y con el rostro cubierto entraba por la puerta trasera. Dejó el vaso sobre la mesa, con una suavidad escalofriante. La figura permaneció allí, observando hacia la cámara durante largos y tensos segundos, como si estuviera mirando directamente a las dos mujeres, como si supiera que las verían más tarde. Luego, sin prisa, se desvaneció, despareciendo como una sombra en la oscuridad.
El silencio en la cocina se hizo profundo. Marta se llevó una mano a la boca, aterrada. El video era claro, demasiado claro. Ya no era solo un vaso en la mesa. Ya no era un objeto olvidado o una casualidad. Era algo más. Algo planeado. Algo siniestro. Era un mensaje. O una amenaza.
— ¿Quién… quién fue? — susurró Marta, con los ojos fijos en la pantalla del teléfono.
Julia la miró, con los ojos llenos de miedo. Sabía lo que su madre iba a decir, pero no quería escucharlo. El tiempo parecía haberse detenido, y ambas sabían que el futuro inmediato sería incierto. Lo que fuera que hubiera dejado el vaso, tenía un propósito. La figura no había ido solo a dejar un mensaje; había ido a dejarlas atrapadas en su propio miedo.
— Lo que sea que haya hecho esto, Marta… seguro que volverá. Y esta vez, tal vez no sea solo un vaso.
Marta, aún temblando, sintió como si una capa de miedo las envolviera, como si la respuesta a este juego aterrador ya estuviera en marcha. La figura había dejado su marca, y ahora las dos sabían que quien lo había dejado… seguramente volvería por una respuesta.
Las dos mujeres se miraron, conscientes de que sus vidas no volverían a ser las mismas. La presencia de esa figura extraña ya había cambiado su realidad. Y en el fondo, sabían que el próximo paso, lo que sea que ocurriera a continuación, no sería un simple susurro en la oscuridad.