Ricardo siempre evitaba los eventos corporativos. Decía que eran aburridos, que no tenía tiempo ni ganas. Por eso, cuando su esposa, Elena, le pidió que la acompañara a la gala anual de su empresa, él puso mil excusas para no ir.
—No es necesario, cariño —decía—. Tú puedes ir sola, yo me quedo en casa.
Pero Elena insistió, con una sonrisa dulce y esa mirada que él no sabía resistir.
—Será divertido, además quiero que me veas en acción.
Finalmente, Ricardo aceptó a regañadientes.
La noche del evento, él se presentó con traje y corbata, un poco incómodo entre tanta gente elegante. Al principio, no prestó mucha atención a lo que pasaba. Pero de repente, las luces se enfocaron en el escenario y una voz firme anunció:
—Por favor, den la bienvenida a nuestra nueva directora general, Elena Martínez.
Ricardo no lo podía creer. Su esposa, esa mujer a la que veía como la misma que le preparaba el desayuno y discutía con él sobre qué película ver, ahora estaba al frente de toda la empresa. Con paso seguro y una sonrisa que irradiaba confianza, Elena tomó el micrófono y comenzó su discurso.
La multitud la aplaudía, admirada por su liderazgo y visión.
Ricardo, sorprendido y orgulloso, se dio cuenta de que había subestimado no solo la gala, sino a la mujer con la que compartía la vida. En ese momento entendió que su esposa no solo era la compañera perfecta en casa, sino también una profesional brillante capaz de inspirar y guiar a muchos.
Desde esa noche, Ricardo dejó de evitar esos eventos y empezó a apoyarla con entusiasmo, sabiendo que su esposa era una fuerza imparable.