Lucas era un padre soltero que dedicaba todo su tiempo y energía a sus dos pequeñas hijas, Sofía y Emma. Cada mañana se levantaba temprano para prepararles el desayuno antes de llevarlas al colegio, a pesar de las prisas y el cansancio acumulado.
Una mañana, tras una noche especialmente agotadora, Lucas despertó con la intención de hacer lo de siempre: levantarse, encender la cafetera y preparar pan tostado con mermelada para las niñas. Pero al salir de su habitación, se encontró con algo que no esperaba: la mesa de la cocina estaba impecablemente puesta, con dos platos llenos de huevos revueltos, jugo fresco y tostadas calientes.
Confundido, miró hacia la sala y vio a Sofía y Emma sentadas en el sofá, sonriendo tímidamente. “Buenos días, papá”, dijeron al unísono.
Lucas se acercó y preguntó sorprendido: “¿Quién preparó todo esto?”
Las niñas intercambiaron miradas cómplices y Emma explicó: “Anoche hablamos con mamá por video llamada y nos dijo que queríamos sorprenderte, porque siempre tú cocinas. Así que hoy quisimos hacerlo nosotras.”
Lucas sintió una mezcla de orgullo y emoción que le hizo saltar una lágrima. No solo había recibido un desayuno delicioso, sino el regalo más valioso: el amor y la gratitud de sus hijas.
Ese día comprendió que, aunque fuera un padre soltero, nunca estaba solo.