Mi mente solo tenía un objetivo: encontrar a la mujer que me abandonó

Mi mente solo tenía un objetivo: encontrar a la mujer que me abandonó

Mi madre biológica me dejó una vez en la puerta de un apartamento que no era suyo. En ese momento, yo no era más que un paquete envuelto en una manta, con una nota que decía “Perdóname”. Veinticinco años después, sin saber quién era yo realmente, esa misma mujer volvió a mi vida… como mi empleada doméstica.

“¿Quién es una niña sin raíces? Un fantasma”, dije una vez a Mikhail, mi único confidente y amigo verdadero. Él removía el café en mi cocina mientras escuchaba cada palabra.

Crecí sin un verdadero hogar. Lyudmila Petrovna y Gennady Sergeyevich, una pareja de ancianos sin hijos, me encontraron aquella fría mañana de octubre. Me ofrecieron techo y comida, pero nunca amor.

—Eres nuestra responsabilidad, Alexandra, pero no nuestra familia —me recordaba Lyudmila cada año, como una sentencia.

Mi habitación era un rincón olvidado del pasillo, con una cama plegable y una caja donde guardaba mis pocas pertenencias. Comía lo que quedaba después de ellos y vestía ropa usada, siempre un par de tallas más grande, desgastada por el tiempo.

En la escuela, los niños susurraban “expósito”, “sin hogar”, “fantasma”. No lloré, transformé ese dolor en fuerza. Trabajé desde los trece años para ahorrar y algún día escapar de esa jaula.

Cuando Lyudmila descubrió mi escondite de billetes, me acusó de robar. Pero yo solo defendía lo que había ganado con esfuerzo.

A los diecisiete, tomé mi mochila y la foto de bebé que había conservado desde la maternidad, y me fui a estudiar lejos. En la residencia, compartía habitación con otras chicas, estudiaba y trabajaba noches enteras en un supermercado.

Mi mente solo tenía un objetivo: encontrar a la mujer que me abandonó. No buscaba paz, buscaba justicia.

Un día, Mikhail me dijo que la había encontrado. La mujer que me dejó en una noche fría ahora era mi empleada doméstica, sin saber que yo era aquella niña sin nombre.

Cuando la vi entrar a mi casa, con la humildad de quien no espera nada, sentí que el ciclo estaba a punto de romperse. Ahora yo tenía la palabra y el poder.

El silencio en la sala tras presentar el proyecto para una marca de cosméticos orgánicos fue mi venganza silenciosa: había llegado lejos. Ella no me reconoció, pero yo sabía que el pasado estaba a punto de salir a la luz.

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