No porque no tuviera miedo. Sino porque ya no dejaría que el miedo tomara decisiones por ella.

No porque no tuviera miedo. Sino porque ya no dejaría que el miedo tomara decisiones por ella.

—¡Ya veo que tienes un lugar lujoso! —rió el ex, aunque él mismo sigue transfiriendo miserias a la pensión alimenticia.

Verónica ya no respondió. Solo se limitó a sonreír con una calma que Boris no supo interpretar.

Él miró la planta junto al ventanal, el sofá color crema impecable, las estanterías llenas de libros infantiles y arte moderno. Quiso burlarse de todo eso, como siempre. Quiso reducirlo todo a cenizas con una frase punzante. Pero esa mujer que se erguía frente a él, con un vestido simple y los brazos cruzados, ya no era la misma de hace tres años.

—¿Y qué tal el nuevo novio? —escupió con una sonrisa torcida.

—¿Hay uno? —respondió ella, jugando con la ambigüedad—. Quién sabe.

Boris frunció el ceño. No esperaba esa reacción.

—Solo espero que no esté viviendo aquí con mi hijo —soltó.

Verónica no cayó en la trampa.

—Tu hijo vive con su madre. Y aquí, solo entra gente que lo respeta. ¿Te molesta?

Él dio un paso hacia ella, intentando imponer su estatura. Pero la mirada de Verónica fue como una muralla invisible.

—No empieces, Boris. Hoy no.

—Eres tan arrogante ahora —bufó—. Te crees superior por tener esta vida montada.

—No —respondió con una voz que no admitía interrupciones—. No soy superior. Solo aprendí a no vivir debajo de las botas de nadie.

En ese instante, Timofey entró en la sala con un dibujo en la mano. Corrió hacia su madre.

—¡Mira, mami! ¡Hice esto para ti!

Verónica se agachó y lo abrazó con ternura.

—¡Es hermoso, amor! ¿Lo colgamos en la nevera?

El niño asintió, y ambos se dirigieron a la cocina. Boris se quedó parado, fuera de lugar. Por primera vez, se sintió… invisible.

Esa noche, cuando su hijo se durmió, Verónica encendió una vela sobre la mesa. Se sentó con un bloc de notas y escribió una lista:

Llamar a la abogada

Comenzar el curso de diseño gráfico

Comprar esa lámpara azul

Pintar la pared del salón

Aprender a bailar salsa

No mirar atrás

Luego escribió una palabra sola, en mayúsculas:
LIBRE

No porque no tuviera miedo. Sino porque ya no dejaría que el miedo tomara decisiones por ella.

Tres semanas después, cuando Boris volvió a recoger al niño, algo era diferente.

La puerta la abrió Verónica con una chaqueta roja, el cabello suelto y un brillo en los ojos que descolocó por completo al hombre que tanto había disfrutado de verla pequeña.

—¿Lista la mochila? —preguntó, mientras Timofey se ajustaba la bufanda.

—¿Qué pasa? ¿Tienes una cita? —preguntó Boris con desdén.

—Tengo una clase —respondió sin dar más detalles—. Con gente nueva. Con ideas nuevas. Con otra vida.

El niño salió corriendo al ascensor, y Boris se quedó mirándola. Por primera vez… sin palabras.

—No olvides enviar el recibo del regalo de cumpleaños —añadió ella con voz serena. Y cerró la puerta.

Detrás de ella, una canción suave comenzaba a sonar. La casa olía a café recién hecho y pintura fresca. En la nevera colgaba el dibujo de su hijo, junto a una nota que decía:
“Mamá valiente”.

Y así empezó una nueva historia.

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