El autobús estaba atascado, y Olga se dio cuenta de que no podía bajar en ese momento

El autobús estaba atascado, y Olga se dio cuenta de que no podía bajar en ese momento

Olga estaba acostumbrada al ajetreo de su vida diaria. Veterinaria, trabajadora, y esposa de un hombre adinerado, había logrado construir una vida que, aunque no era perfecta, le ofrecía estabilidad. Sin embargo, todo cambió un día caluroso de verano, cuando en el autobús, mientras regresaba de su jornada, vio algo que cambiaría el curso de su vida.

El calor abrasante dentro del autobús hacía que el ambiente se volviera sofocante, y el tráfico interminable solo intensificaba la sensación de ahogo. Olga, sentada junto a la ventana, pensaba en la cena que prepararía aquella noche. Imaginaba platos exclusivos que probablemente nunca podrían costearse, pero se decidió por algo sencillo: trigo sarraceno con empanadas de carne. Mientras su mente vagaba entre los aromas de la comida, observaba el mundo pasar a través de la ventana, notando el ir y venir de las personas que, a pesar del calor, seguían con sus vidas.

Sin embargo, un vistazo casual fue suficiente para que su vida se detuviera en seco. Un hombre paseaba a su perro. Olga, por su trabajo, pudo identificarlo al instante: un Basset Hound, tan simpático como desproporcionado. La joven pareja que pasó a continuación, con un cochecito, la hizo suspirar. No por envidia, sino por una melancolía que había sido parte de su vida desde hacía años: su incapacidad para ser madre. Su esposo, Anton, había sido infértil, y aunque habían hecho todo lo posible por encontrar respuestas, nunca había habido una explicación concreta.

De repente, la pareja que cruzó delante de ella cambió su vida. Un hombre alto y delgado, y una mujer rubia, fundidos en un beso apasionado. Olga observó la escena distraída, hasta que algo la hizo mirar más detenidamente. El hombre, al separarse de la mujer, giró la cabeza… y Olga casi grita.

Era su esposo, Anton.

De inmediato, sus pensamientos empezaron a girar. No podía ser posible. El autobús estaba atascado, y Olga se dio cuenta de que no podía bajar en ese momento. Al mirar nuevamente por la ventana, vio cómo Anton rodeaba a la mujer con el brazo y la ayudaba a subir a un taxi. El mundo se le vino abajo. Olga sacó su teléfono, pero no sabía si debía llamar a su marido o fotografiarlo como prueba de su infidelidad. Finalmente, el taxi se alejó, dejándola con el alma hecha pedazos.

Olga recordaba cómo conoció a Anton, años atrás, en la universidad. A pesar de no ser romántico, Anton parecía un hombre de fiar: trabajaba mucho, tenía un buen empleo, y con el tiempo se casaron. Sin embargo, la falta de hijos y su creciente obsesión por ganar dinero comenzó a erosionar la relación. En los últimos años, Olga se había sentido más sola que nunca, especialmente cuando Anton se iba de “viajes de negocios” sin ella, dejándola con la esperanza de un futuro que nunca llegaba.

Recientemente, una amiga le había hablado de ver a Anton con otra mujer en un restaurante caro. Aunque al principio Olga lo descartó como un chisme infundado, lo que había visto ahora, con sus propios ojos, ya no tenía vuelta atrás.

Sentada en el autobús, sus pensamientos se volvían más oscuros. La ira y los celos se entremezclaban, y su mente creaba imágenes de venganza, de confrontación y de decisiones difíciles. Finalmente, decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Necesitaba que Anton comprendiera lo que había hecho.

Al llegar a su parada, Olga compró un pastel en el supermercado, sin entender muy bien por qué lo había hecho. Ya en casa, se quedó frente al espejo del pasillo, mirándose fijamente. ¿Qué le había faltado para que su esposo no la respetara? Durante años, había sido admirada por su apariencia, pero nunca había logrado comprender por qué su amor por Anton había desaparecido tan rápidamente.

Olga sacó su teléfono y llamó a Svetka, su mejor amiga. Sabía que este momento cambiaría todo, y que su venganza estaba solo a un paso de hacerse realidad.

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